jueves, 25 de octubre de 2012

Joyeux anniversaire! (París, día 2)

Uno podría definir despertador como aparato siniestro, incluso usar su nombre como sinónimo de maldad y flagelo. El odio se multiplica aún más de manera inversamente proporcional a las horas de sueño que nos permite el malnacido invento.


Pero he acá una novedad: a pesar de 4 míseras horas de descanso y un sonido insoportable, una vez en la vida puede que lo adores si te recuerda que estás en París y encima hoy cumplís 26 años. Arriba!!

Nos vestimos como si hubiéramos descansado años, muy felices. Bajamos a un bar a desayunar: café con leche con pan con manteca y mermelada. ¿Vieron? Esto mejora a cada párrafo.

Lo liquidamos mirando a la calle. Silencio chicos, París duerme a las 8 am los domingos. Tomamos el subte para ir a las Catacumbas. Y sorpresa: cerradas por problemas en las ventilaciones. Puchereamos en francés, pero en seguida retomamos la marcha con un nuevo plan: ¡caminemos a los Jardines de Luxemburgo!

Jardines de Luxemburgo

Debemos confesar que fuimos con las expectativas bajas. Habíamos leído que eran mucho más lindos los de Tulleries, y que quizás ni valía la pena ir a los Jardines de Luxemburgo. Bueno, yo no sé quien habrá escrito semejante cosa, porque son una locura.

Palacio de Luxemburgo
A medida que nos acercábamos, ya empezabas a sentir el cambio en la ciudad. Gente corriendo, nenes jugando a la pelota, abuelos paseando. Y de fondo: el Palacio, actual sede del senado francés.

En el medio del parque una fuente enorme llena de patos y barquitos que otros guían con sus controles, remotos y alrededor: sillas, muchísimas sillas verdes de hierro donde cada uno lee el diario, toma sol, o charla con el de al lado.

 París está hecha para disfrutar, sin duda.

Caminamos por el parque, descubrimos algunas esculturas escondidas, descansamos en las sillas, subimos las escaleras de los jardines. En algún momento, asomándose desde atrás de una escultura, apareció nuestro imponente destino próximo: el Panteón.

El costado de los Jardines de Luxemburgo con  El Panteón de fondo

El Panteón, como nuestros sagaces lectores podrán deducir, es un edificio con algunas tumbas. Pero, por supuesto, no a cualquiera lo sepultan ahí. El frente reza: “A los grandes hombres, la patria agradecida”. Y entre aquellos grandes hombres Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Marie Curie, Alejandro Dumas, Louis Braille hacen su descanso eterno.


Terminada nuestra inolvidable visita, aprovechamos una muestra de Rousseau, que incluía algunos de sus manuscritos y piezas musicales que nos divertimos escuchando (si, también se dedicó a la música).

La Sorbona
De ahí, recordando a cada ratito que era mi cumpleaños, nos fuimos en búsqueda de Sainte Chapelle.  En el medio, caminamos por la puerta de La Sorbona, dimos toda la vuelta buscando la entrada, pensando en quienes habían pisado esa entrada que buscábamos. Inevitable emoción.

Encontrar Sainte Chapelle no fue fácil, pero de lejos se veía Notre Dame y el sena ya estaba divido en dos.

La entrada a la iglesia nos sorprendió bastante, de hecho casi que fue por eso que no la encontrábamos. Un edificio la rodea: El Palacio de Justicia, antiguo Palacio Real.

El Palacio de Justicia, antiguo Palacio Real

Se inició su construcción en 1241 a pedido del Rey Luis IX, para albergar algunas de las reliquias más importantes del catolicismo, como la corona de espinas, una parte de la cruz, entre otras cosas. De estilo gótico, tiene la colección de vitreaux más importante del mundo. Y los que la conocen me entenderán: una vez subida la escalerita, la piel de gallina no se te va tan fácil.

La finalidad de esta Iglesia era que el Rey pueda ir a su templo sin tener que salir del Palacio, y a su vez, que este sea un relicario de su religión y una muestra artística histórica. Cumplió todas, se ve.

Sainte Chapelle
Los reyes, las espinas y los vitrales nos dieron hambre a las 3 de la tarde: al barrio latino a almorzar, ¡yo quiero un omelette!

El Barrio Latino merece un post aparte. Es como estar en todas las películas francesas y en la dama y el vagabundo, a la vez. Las callecitas finitas, los hombres llamándote a sus restarantes en todos los idiomas, los manteles de colores, las mesas en la vereda. Hermoso. Caminar por ahí es obligatorio.

Se lo llamó Barrio Latino porque allí se alojaban originariamente los jóvenes que venían a estudiar a París, entonces se decía que por las calles se escuchaba hablar siempre en latín. Hoy barrio de artistas, restaurantes y turismo, encierra el encanto de lo cotidiano en parís, además de sus sabores y aromas.

Terminado el almuerzo, nos vamos a Notre Dame. Caminamos por los costados del sena, chusmeamos sus artistas, cruzamos el puente y entramos. Previa cola inmensa, obvio, aunque rápida, hay que reconocerlo.

Adentro, para nuestra sorpresa, había misa. Y para definitivamente dejarnos mudos: la misa contaba con varias personas muy elegantes paradas en tarimas, localizadas en diferentes lugares de la nave principal que oficiaban de lectores, una cantante e incluso algunos músicos. Y enfrente del altar, lo más raro de todo: un grupo de bailarines. Exacto, un grupo de bailarines vestidos con ropas de colores se movían de maneras muy extrañas al ritmo de la música que cantaba la muchacha. Todo muy bizarro, muchachos. Tuvimos que gravarlo, porque uno podría esperarse cualquier cosa de una iglesia de 850 años, ¡pero definitivamente no eso! Reimos, y salimos.

  
Quisimos intentar subir al campanario, pero cerraba a las 4 y ya eran las 6. Pablito puchereó: él quería conocer a Quasimodo. Así que no nos quedó otra opción: nos fuimos a caminar por París. (Así cualquiera, Corina no había visto el Jorobado de Notre Dame. Recién logré que la viera, a pura insistencia (?), una semana después de volver. De más está decir que durante todo el viaje estuve tarareando las canciones de la película)

En la puerta de la catedral un hombre ofrecía migas de pan a los que se acercaban. Nos acercamos a mirar, y (por suerte) Pablo me insistió a que acepte las miguitas del señor. Con mucha vergüenza, pero alentada por el chucho, me acerqué más. Fue entonces cuando el señor me agarró la mano, me puso migas de pan y la subió bien alto. Con el pedazo de pan que le quedó en la mano, guió a un montón de pajaritos, que estaban en un árbol, hasta mí. Si, en la puerta de Notre Dame un montón de pajaritos se subieron encima mío para comer migas de pan, por un rato largo. Había que llorar, no me digan que no.  


Todavía con esa emoción, cruzamos el Sena con tiempo de sobra. El plan era caminar por la ciudad hasta la hora de cenar.

Elegimos un bar con wifi y nos sentamos a tomar un café (horrendo café, por cierto). Pero lo importante era el wifi (?). El plan era, Tablet en mano, decirle feliz cumple a mi hermana y que mi familia me pueda decir feliz cumple a mi (una de las magias de ser melliza es poder decirle a alguien “igualmente” cuando te dice “feliz cumpleaños”). 

Toda la familia, incluso abuelos, desde el otro lado del planeta, por webcam y con Notre Dame de fondo, deseándome felicidades, que ya a esta altura del día me rodeaban como ángeles o veleros (si se me permite la cita al gran Mario).

Terminando el café (yo tomé una coca cola, que no estaba horrible (?)), los dos enfilamos para el baño. Yo fui primero. Mi objetivo era ver si en los baños de París había unos secadores de manos parecidos a los que encontramos en unos baños de Barcelona (ya escribiré sobre ellos), pero ya que estaba, aproveché para desagotar (?). El bar, de adentro, era muy bonito, muy apretado... a la París. Al baño se subía por una escalerita caracol, que estaba metida atrás de la barra. Es decir, cuando uno iba subiendo, caminaba prácticamente por encima del barman y de los mozos.

Hago lo mio (?), salgo, y Corina se para, presta y dispuesta a hacer lo suyo. Después de un rato -que, por cierto, pasa muy rápido cuando uno tiene una tablet para jugar- (ojo, no es que tenía Notre Dame en frente, eh! -Notre Dame estaba ahí desde hace ochocientos cincuenta años, y para mi, desde la una del mediodía!-), mi señora aparece de nuevo, toda sonrojada. Le pregunto que pasa, y me cuenta: "¿Viste que tengo el talón lastimado? me bajé la parte de atrás de la zapatilla, y la estaba usando como chancleta. Cuando estaba subiendo la escalera, en un chancleteo se me va. Pero no a un escalón, sino a la parte del medio de la escalera de caracol, o sea, al piso piso, que era justo al lado de la barra. Los tipos escuchan el ruido de la caída, ven la zapatilla, me miran a mi, y se empiezan a cagar de risa. Pensé en dejarla ahí... pero me di cuenta de que en algún momento la iba a tener que levantar, y la vergüenza la iba a pasar, mejor bajar ahora. Agarré la zapatilla, y obviamente no quise parar a ponérmela, así que subí corriendo descalza la escalera. Hice lo mío (?), me puse la zapatilla y bajé con la poca dignidad que me quedaba". Por eso bajó toda colorada, mi cenicientita (?).

Terminado el gran momento (gracias novio alcahuete), disfrutamos de la vista y emprendimos camino nuevamente. Se estaba haciendo de noche.

Bajamos al rio y caminamos por los bordes pasando por debajo de los puentes. Luna llena y amor en París. Caminamos, nos prometimos amor eterno a orillas del Sena, y seguimos caminando.

Difícil reponerse de ese momento, todavía nos dura hasta hoy. Pero subimos a la calle y fuimos al precioso Barrio Latino. Caminamos buscando un restaurante que nos guste ¡En realidad nos gustaban todos! Manteles de colores y thonet por todos lados. Olores y mozos hablando en todos los idiomas, te ofrecen los platos más típicos.

Elegimos uno. Cuando entramos le pedimos al mozo si podíamos comer en el piso de arriba, nos dijo que no había lugar. Entonces otro mozo, el que nos había ofrecido los platos cuando pasamos por la puerta media hora antes de entrar, se pone de pie e inicia una tremenda discusión a los gritos y en francés con el otro mozo, mientras nos hace señas que subamos. No lo dudamos: subimos. Obvio que había lugar.


Entradas: plato de ostras y sopa de pollo. Primeros platos: salmón con fideos y ensalada, y boeuf bourguignon también con pasta y ensalada.  Postre: helado y ensalada de frutas con crema. La verdad, la verdad, a París hay que ir a comer, sí o sí. No sólo es muy barato (buscando, claro), sino que nuestros paladares aún nos aman por eso. Por favor ¡que rico que estaba!

Terminamos de comer y nos fuimos al hotel. Muertos, bien alimentados y felices, una vueltita más por la ciudad y al subte hasta la estación Voltaire. Mañana será otro día, y también lo pasaremos en París.  


Y así fue que el día que cumplí 26 años, en la ciudad de todos los cuentos, escribimos el nuestro.





Más fotos del segundo día

3 comentarios:

  1. Muy emocionante... qué belleza hermana, no pude evitar lagrimear con tu relato. Hermoso, hermosos!

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  2. Qué lindo chicos! Gran emoción! Lo de la coreo evangélica es too much, prefiero al jorobado.

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  3. Me encanta! Me encanta todo! Coqui escribís hermoso, son hermosos los dos! Increíbles las fotos. Los extraño. Besis.

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