miércoles, 31 de octubre de 2012

La despedida de París

En nuestro último día en la ciudad de las luces, otra vez temprano arriba. Esto de viajar por el mundo es un sacrificio bárbaro (?). 

Fuimos a desayunar a un nuevo bar. Había que probar lo máximo que podamos, así que no quisimos repetir. Esta vez en lugar del pan con manteca, nos tocaron croissants (medialunas, para los amigos).

Cuando planeamos nuestra ruta parisina antes de viajar, había algo que estaba totalmente decidido: al Louvre le dedicaríamos un día entero. Y así fue.

El Antiguo Castillo del Louvre data del siglo XII, posteriormente se convirtió en Palacio Real, hasta ser remplazado -funcionalmente- por el Palacio de Versailles. Fue entonces, en el siglo XVII, que el palacio pasó a ser la sede principal de la Academia Francesa. Una vez llegada la revolución, los amigos se encargaron de dar el gran paso: lo destinaron a funciones artísticas y científicas, convirtiéndolo en museo.

Llegamos en metro hasta una de las dos estaciones de la misma línea que te dejan dentro, aproximadamente a las 8.30 (abre a las 9). La entrada principal está debajo de la famosa pirámide de vidrio, donde se sacan los tickets y una escalera mecánica te sube hasta la entrada oficial del museo de arte más visitado del mundo.

Todo esto significó que entramos casi primeros. Con el Louvre semi-vacío, seguimos el consejo que escuchamos por ahí: urgente a ver la Mona Lisa y después a relajarse, fundamental para evitar todos los turistas que van exclusivamente a ver esa famosa obra.

La cosa es que el plan fue un éxito. Vimos La Gioconda con muy poquita gente alrededor, y pudimos hacer la famosa observación para la que ya estábamos listos: “che chucho, es re chiquita”. Reímos.   

De ahí en más fue un paseo divertidísimo. El Louvre es un museo espectacular. No sólo por sus obras de arte (más de 35.000), ni por su impresionante tamaño (60.000 metros cuadrados), sino también por lo atractivo que resulta caminar por ahí.

Sus enormes salas, con llamativos techos decorados con pinturas y grabados, el patio central lleno de esculturas, e incluso el subsuelo, ruinas de la antigua fortaleza sobre la que se construyó el Palacio, hacen que la visita sea un verdadero placer.

Una vez que nos sacamos de encima la vista obligada de la obra más famosa de Don Leonardo, empezamos a recorrer en paz.

Arrancamos por las pinturas renacentistas, después gótico y después nos perdimos por todos lados.


Los dos queríamos ver algunas cosas específicas y sabíamos que las 9 horas que teníamos no nos iban a alcanzar para ver todo. Pablo quería ver la muestra egipcia y yo las esculturas griegas. Asi que le metimos pata.

La muestra egipcia es muy interesante. Tumbas, partes de pirámides, momias, féretros, elementos de momificación, y diferentes piezas artísticas que databan del 3000 antes de cristo, en adelante.

Las esculturas para mi fueron un placer, más allá del correspondiente paso obligatorio por La Venus del Milo, La Victoria de Samotracia, el Código Hammurabi, etc., uno termina llegando a la conclusión: “¿yo pagué para entrar a un museo lleno de cosas robadas?”. Pues si, así fue. Estos franceses tienen ahí metidas obras históricas de todas las civilizaciones que, imagino, sus locales deben extrañar.  

Pero no se preocupen, apenas se me fue la culpa de ese extraño delito del que estábamos formando parte, pudimos volver a disfrutar. La indignación me duró como diez segundos (?).

Campeonato franco-egipcio-argentino de "quién tiene menos nariz"
Fuimos a almorzar como a las 3 de la tarde, sin salir del Museo. No podíamos perder mucho tiempo, todavía nos quedaba más de la mitad de nuestro itinerario. Almorzamos bajo la pirámide de vidrio, muy loco, me sentí un poco Dan Brown (?).

Comimos a las apuradas, y volvimos. Nos tocaba el departamento de Napoléon. Super recomendado a todos. Lujo e historia, en pocas salas. Muebles, lámparas, algunas prendas originales. Muy interesante y por supuesto de un lujo impresionante.

No voy a aburrirlos enumerando las obras que vimos, porque ustedes sabrán entender que una vez terminadas las 9 horas, ya no entendíamos si la Gioconda era a la que le faltaban los brazos o si en La Balsa de la Medusa estaba Napoleón poniéndose la corona.

El caso es que a eso de las 17.45, a museo casi vacío, un altavoz nos empieza a avisar que nos teníamos que ir. Entonces ¿Qué hicimos? Por supuesto: ¡empezamos a correr! Dos locos corriendo por el Louvre tratando de ver lo máximo que podamos.  Hasta que al tercer aviso, nos rendimos y tuvimos que salir.

A la salida vimos lo que era de afuera y entendimos por qué nos dolían tanto las piernas: son 6 manzanas. Nos sacamos las fotos de rigor frente a las pirámides de vidrio y pusimos energía. Era la ultima noche en parís y ya empezábamos a pucherear.

  
Salimos a los Jardines de Tulleries. En la entrada, cantantes líricas le daban ambiente a la cosa, a cambio de moneditas. Descansamos en el parque, que tiene las mismas sillas que los jardines de Luxemburgo, alimentamos los patos de la fuente y salimos hasta la Plaza de la Concordia, lugar donde una vez rodaron las cabezas de Luis XVI y María Antonieta.


Después decidimos volver a los Jardines de Marte, a ver la torre por última vez. Aprovechamos para darnos el gusto de ser fotografiados con la Torre Eiffel iluminada, porque ya se había hecho de noche.

Y nos fuimos a Montmartre, la reserva para el último día. Montmartre es un barrio construido arriba de una colina, a 130m de altura.

De calles angostas y una vista impresionante de París, el barrio resulta coronado por una iglesia de las más hermosas que vi: la Basílica de Sacré Coeur.

Llegamos en metro, como a todos lados en París, pero para salir había que subir una escalera interminable. Por supuesto, hay funicular para los que no resisten la subida. De todas maneras se lo recomiendo a todos. Una vez que salís del subte, distintas escaleras en las calles te van subiendo cada vez más, bordeando las casitas. Yo creo, de verdad, que cada persona que pasa por ahí piensa “yo quiero vivir acá”, y obvio que yo no fui la excepción. Es hermoso, pero hermoso hermoso, ir subiendo las escaleras adoquinadas con barandas de hierro, pasando por los costados de los hogares franceses. 100% recomendable caminar por ahí.

Entramos a la iglesia a las 9 de la noche. No se permitía sacar fotos, una lástima. Pero desde la puerta se veía todo París, un lujo.

Después fuimos a elegir a los afortunados que nos darían nuestra última cena local, en los alrededores de la plaza central. Elegimos uno, casi al azar, y cenamos felices y melancólicos.


Y se ve que no éramos los únicos tristes. Apenas emprendimos el regreso al hotel, para sumarle romance a la escena de las escaleras, que esta vez bajaban, París se puso a llover.

Esa sensación rara de tristeza por no querer irte, y alegría de pensar lo que viviste. Inolvidable. Como turistas y como pareja, París es la ciudad más hermosa que conocimos. 

Cuando París nos despidió, todavía llovía. Nos tomamos el micro, una vez más, en Porte Maillot, hasta el aeropuerto, y volamos a casa, exhaustos, pero felices. Vimos las fotos mil veces y, aún hoy, nos emocionamos un poquito cada vez que escuchamos La Vie en Rose en nuestra cajita de música parisina. 






Más fotos del tercer día


jueves, 25 de octubre de 2012

Joyeux anniversaire! (París, día 2)

Uno podría definir despertador como aparato siniestro, incluso usar su nombre como sinónimo de maldad y flagelo. El odio se multiplica aún más de manera inversamente proporcional a las horas de sueño que nos permite el malnacido invento.


Pero he acá una novedad: a pesar de 4 míseras horas de descanso y un sonido insoportable, una vez en la vida puede que lo adores si te recuerda que estás en París y encima hoy cumplís 26 años. Arriba!!

Nos vestimos como si hubiéramos descansado años, muy felices. Bajamos a un bar a desayunar: café con leche con pan con manteca y mermelada. ¿Vieron? Esto mejora a cada párrafo.

Lo liquidamos mirando a la calle. Silencio chicos, París duerme a las 8 am los domingos. Tomamos el subte para ir a las Catacumbas. Y sorpresa: cerradas por problemas en las ventilaciones. Puchereamos en francés, pero en seguida retomamos la marcha con un nuevo plan: ¡caminemos a los Jardines de Luxemburgo!

Jardines de Luxemburgo

Debemos confesar que fuimos con las expectativas bajas. Habíamos leído que eran mucho más lindos los de Tulleries, y que quizás ni valía la pena ir a los Jardines de Luxemburgo. Bueno, yo no sé quien habrá escrito semejante cosa, porque son una locura.

Palacio de Luxemburgo
A medida que nos acercábamos, ya empezabas a sentir el cambio en la ciudad. Gente corriendo, nenes jugando a la pelota, abuelos paseando. Y de fondo: el Palacio, actual sede del senado francés.

En el medio del parque una fuente enorme llena de patos y barquitos que otros guían con sus controles, remotos y alrededor: sillas, muchísimas sillas verdes de hierro donde cada uno lee el diario, toma sol, o charla con el de al lado.

 París está hecha para disfrutar, sin duda.

Caminamos por el parque, descubrimos algunas esculturas escondidas, descansamos en las sillas, subimos las escaleras de los jardines. En algún momento, asomándose desde atrás de una escultura, apareció nuestro imponente destino próximo: el Panteón.

El costado de los Jardines de Luxemburgo con  El Panteón de fondo

El Panteón, como nuestros sagaces lectores podrán deducir, es un edificio con algunas tumbas. Pero, por supuesto, no a cualquiera lo sepultan ahí. El frente reza: “A los grandes hombres, la patria agradecida”. Y entre aquellos grandes hombres Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Marie Curie, Alejandro Dumas, Louis Braille hacen su descanso eterno.


Terminada nuestra inolvidable visita, aprovechamos una muestra de Rousseau, que incluía algunos de sus manuscritos y piezas musicales que nos divertimos escuchando (si, también se dedicó a la música).

La Sorbona
De ahí, recordando a cada ratito que era mi cumpleaños, nos fuimos en búsqueda de Sainte Chapelle.  En el medio, caminamos por la puerta de La Sorbona, dimos toda la vuelta buscando la entrada, pensando en quienes habían pisado esa entrada que buscábamos. Inevitable emoción.

Encontrar Sainte Chapelle no fue fácil, pero de lejos se veía Notre Dame y el sena ya estaba divido en dos.

La entrada a la iglesia nos sorprendió bastante, de hecho casi que fue por eso que no la encontrábamos. Un edificio la rodea: El Palacio de Justicia, antiguo Palacio Real.

El Palacio de Justicia, antiguo Palacio Real

Se inició su construcción en 1241 a pedido del Rey Luis IX, para albergar algunas de las reliquias más importantes del catolicismo, como la corona de espinas, una parte de la cruz, entre otras cosas. De estilo gótico, tiene la colección de vitreaux más importante del mundo. Y los que la conocen me entenderán: una vez subida la escalerita, la piel de gallina no se te va tan fácil.

La finalidad de esta Iglesia era que el Rey pueda ir a su templo sin tener que salir del Palacio, y a su vez, que este sea un relicario de su religión y una muestra artística histórica. Cumplió todas, se ve.

Sainte Chapelle
Los reyes, las espinas y los vitrales nos dieron hambre a las 3 de la tarde: al barrio latino a almorzar, ¡yo quiero un omelette!

El Barrio Latino merece un post aparte. Es como estar en todas las películas francesas y en la dama y el vagabundo, a la vez. Las callecitas finitas, los hombres llamándote a sus restarantes en todos los idiomas, los manteles de colores, las mesas en la vereda. Hermoso. Caminar por ahí es obligatorio.

Se lo llamó Barrio Latino porque allí se alojaban originariamente los jóvenes que venían a estudiar a París, entonces se decía que por las calles se escuchaba hablar siempre en latín. Hoy barrio de artistas, restaurantes y turismo, encierra el encanto de lo cotidiano en parís, además de sus sabores y aromas.

Terminado el almuerzo, nos vamos a Notre Dame. Caminamos por los costados del sena, chusmeamos sus artistas, cruzamos el puente y entramos. Previa cola inmensa, obvio, aunque rápida, hay que reconocerlo.

Adentro, para nuestra sorpresa, había misa. Y para definitivamente dejarnos mudos: la misa contaba con varias personas muy elegantes paradas en tarimas, localizadas en diferentes lugares de la nave principal que oficiaban de lectores, una cantante e incluso algunos músicos. Y enfrente del altar, lo más raro de todo: un grupo de bailarines. Exacto, un grupo de bailarines vestidos con ropas de colores se movían de maneras muy extrañas al ritmo de la música que cantaba la muchacha. Todo muy bizarro, muchachos. Tuvimos que gravarlo, porque uno podría esperarse cualquier cosa de una iglesia de 850 años, ¡pero definitivamente no eso! Reimos, y salimos.

  
Quisimos intentar subir al campanario, pero cerraba a las 4 y ya eran las 6. Pablito puchereó: él quería conocer a Quasimodo. Así que no nos quedó otra opción: nos fuimos a caminar por París. (Así cualquiera, Corina no había visto el Jorobado de Notre Dame. Recién logré que la viera, a pura insistencia (?), una semana después de volver. De más está decir que durante todo el viaje estuve tarareando las canciones de la película)

En la puerta de la catedral un hombre ofrecía migas de pan a los que se acercaban. Nos acercamos a mirar, y (por suerte) Pablo me insistió a que acepte las miguitas del señor. Con mucha vergüenza, pero alentada por el chucho, me acerqué más. Fue entonces cuando el señor me agarró la mano, me puso migas de pan y la subió bien alto. Con el pedazo de pan que le quedó en la mano, guió a un montón de pajaritos, que estaban en un árbol, hasta mí. Si, en la puerta de Notre Dame un montón de pajaritos se subieron encima mío para comer migas de pan, por un rato largo. Había que llorar, no me digan que no.  


Todavía con esa emoción, cruzamos el Sena con tiempo de sobra. El plan era caminar por la ciudad hasta la hora de cenar.

Elegimos un bar con wifi y nos sentamos a tomar un café (horrendo café, por cierto). Pero lo importante era el wifi (?). El plan era, Tablet en mano, decirle feliz cumple a mi hermana y que mi familia me pueda decir feliz cumple a mi (una de las magias de ser melliza es poder decirle a alguien “igualmente” cuando te dice “feliz cumpleaños”). 

Toda la familia, incluso abuelos, desde el otro lado del planeta, por webcam y con Notre Dame de fondo, deseándome felicidades, que ya a esta altura del día me rodeaban como ángeles o veleros (si se me permite la cita al gran Mario).

Terminando el café (yo tomé una coca cola, que no estaba horrible (?)), los dos enfilamos para el baño. Yo fui primero. Mi objetivo era ver si en los baños de París había unos secadores de manos parecidos a los que encontramos en unos baños de Barcelona (ya escribiré sobre ellos), pero ya que estaba, aproveché para desagotar (?). El bar, de adentro, era muy bonito, muy apretado... a la París. Al baño se subía por una escalerita caracol, que estaba metida atrás de la barra. Es decir, cuando uno iba subiendo, caminaba prácticamente por encima del barman y de los mozos.

Hago lo mio (?), salgo, y Corina se para, presta y dispuesta a hacer lo suyo. Después de un rato -que, por cierto, pasa muy rápido cuando uno tiene una tablet para jugar- (ojo, no es que tenía Notre Dame en frente, eh! -Notre Dame estaba ahí desde hace ochocientos cincuenta años, y para mi, desde la una del mediodía!-), mi señora aparece de nuevo, toda sonrojada. Le pregunto que pasa, y me cuenta: "¿Viste que tengo el talón lastimado? me bajé la parte de atrás de la zapatilla, y la estaba usando como chancleta. Cuando estaba subiendo la escalera, en un chancleteo se me va. Pero no a un escalón, sino a la parte del medio de la escalera de caracol, o sea, al piso piso, que era justo al lado de la barra. Los tipos escuchan el ruido de la caída, ven la zapatilla, me miran a mi, y se empiezan a cagar de risa. Pensé en dejarla ahí... pero me di cuenta de que en algún momento la iba a tener que levantar, y la vergüenza la iba a pasar, mejor bajar ahora. Agarré la zapatilla, y obviamente no quise parar a ponérmela, así que subí corriendo descalza la escalera. Hice lo mío (?), me puse la zapatilla y bajé con la poca dignidad que me quedaba". Por eso bajó toda colorada, mi cenicientita (?).

Terminado el gran momento (gracias novio alcahuete), disfrutamos de la vista y emprendimos camino nuevamente. Se estaba haciendo de noche.

Bajamos al rio y caminamos por los bordes pasando por debajo de los puentes. Luna llena y amor en París. Caminamos, nos prometimos amor eterno a orillas del Sena, y seguimos caminando.

Difícil reponerse de ese momento, todavía nos dura hasta hoy. Pero subimos a la calle y fuimos al precioso Barrio Latino. Caminamos buscando un restaurante que nos guste ¡En realidad nos gustaban todos! Manteles de colores y thonet por todos lados. Olores y mozos hablando en todos los idiomas, te ofrecen los platos más típicos.

Elegimos uno. Cuando entramos le pedimos al mozo si podíamos comer en el piso de arriba, nos dijo que no había lugar. Entonces otro mozo, el que nos había ofrecido los platos cuando pasamos por la puerta media hora antes de entrar, se pone de pie e inicia una tremenda discusión a los gritos y en francés con el otro mozo, mientras nos hace señas que subamos. No lo dudamos: subimos. Obvio que había lugar.


Entradas: plato de ostras y sopa de pollo. Primeros platos: salmón con fideos y ensalada, y boeuf bourguignon también con pasta y ensalada.  Postre: helado y ensalada de frutas con crema. La verdad, la verdad, a París hay que ir a comer, sí o sí. No sólo es muy barato (buscando, claro), sino que nuestros paladares aún nos aman por eso. Por favor ¡que rico que estaba!

Terminamos de comer y nos fuimos al hotel. Muertos, bien alimentados y felices, una vueltita más por la ciudad y al subte hasta la estación Voltaire. Mañana será otro día, y también lo pasaremos en París.  


Y así fue que el día que cumplí 26 años, en la ciudad de todos los cuentos, escribimos el nuestro.





Más fotos del segundo día

domingo, 14 de octubre de 2012

(Intermezzo) Domingo a la tarde en Cerdanyola

Interrumpimos la programación francesa para contarles nuestro domingo de la fecha.

Hay que aclarar, antes que nada, que estamos haciendo un gran esfuerzo para adaptarnos al ritmo de vida de la gente de acá. Los horarios son muy distintos, todo se hace muy temprano, hay poca noche. Primero pensábamos que era una cuestión del pueblo, pero la verdad es que por más que tenga fama de ciudad de la joda, Barcelona tampoco tiene mucha noche (o al menos, no la tiene los días de semana). El martes pasado fuimos a cenar, reservamos a las 21:30, y el restaurant estaba vacío (as in "vacío", sólo nosotros dos). Lo mismo todos los que estaban alrededor. Con suerte, tipo 22 se encuentra juventud tomando algo en los bares, pero a las doce ya está todo bastante muerto.

Los negocios no abren los domingos, y pocos abren los sábados a la tarde. Los locales abren a la mañana temprano (8, 9) y cierran a las dos de la tarde. Vuelven a abrir a las cinco, y a más tardar, ocho y media están cerrando (en Barce no es tan así, hacen horario corrido). Todo esto venía a cuento de que estamos haciendo un gran esfuerzo para levantarnos temprano, porque si uno tiene el horario corrido, vive prácticamente en un pueblo fantasma.

El otoño desde nuestra ventana
En consonancia con esa política madrugadora, hoy nos levantamos a las 12 del mediodía. Por tercer día consecutivo (?). Ojo, es un gran progreso, eh... hemos tenido semanas de dos de la tarde (salvo los días de clase, claro).

Desayunamos nuestro respectivo mate y café, y picamos alguna porquería, unas magdalenas, unas ruffles (!). Alrededor de la una y media, ya habíamos agotado los blogs, el facebook, el twitter y los diarios, y ya no teníamos nada que hacer. Pensamos en almorzar, pero nada de lo que había nos daba especiales ganas -y, recordemos, domingo significa que todo está cerrado-, así que decidimos pasar el almuerzo e irnos a dar una vuelta.

Enfilamos, entonces, para el Parc del Turonet, que tenemos a algo así como ocho cuadras. Es un parque bastante grande y muy bonito, que está en una subidita (no cuenta ni como monte, me parece), al sur de Cerdanyola.



El día estaba (está) precioso, aunque acá el clima es bastante cambiante. Las lluvias duran minutos, y el día alterna entre soleado y nublado cuatro o cinco veces en una tarde.

Llegamos al parque y la mesa de ping pong estaba vacía (milagro), tal vez porque fuimos algo temprano. Pero antes de empezar un partidín (?), no pudimos más que sucumbir a la atracción irresistible de los juegos para niños. 

La felicidad (?)
Los catalanes (¿los españoles? mejor no mezclar catalanes con españoles porque se pudre, pero el paréntesis venía a significar que no sé si es que estas cosas -¡y las mesas de ping pong!- están en toda España o sólo en Catalunya) tienen unos subibajas giratorios que son buenísimos. Hay que importarlos al tercer mundo con urgencia, aunque con Moreno seguramente sea bastante complicado (?). No pude dejar de colgar la foto, porque la cara de Corina es extraordinaria, pero la verdad, lo mejor es el video demostrativo (?).


Nos bajamos semi mareados y pasamos al ping pong. Creo que ya lo habíamos contado en algún momento, pero por las dudas... acá hay mesas de ping pong públicas en la mayoría de las plazas y los parques. Aprovechando eso nos compramos un par de paletas hace un par de semanas, y solemos cargarlas en la mochila cuando salimos, para jugar un ratito.

Atención a la remera de Angy Birds
Cumplidos los diez minutos semanales (?) de actividad deportiva, caminamos un rato por el parque. Además de estar sumamente cuidado (como todo en España, una de los enormes pros que tiene en relación a París), y tener juegos, canchitas de fútbol, de tenis, de básquet y de volley, tiene una vista muy linda de la ciudad y de las montañas.


Bajamos del parque y arrancamos la vuelta por el sur de Cerdanyola, la parte favorita de Corina de la ciudad. Tiene una avenida bastante ancha (Avinguda de Canaletes) con una especie de boulevard en el medio en el que hay una senda para correr y una bicisenda. De nuevo, más allá de lo lindo de la ciudad, los árboles, los espacios verdes (es decir, el "diseño urbano"), lo que más impacta es lo limpio y cuidado que está todo. No hay un papel en el piso, ni un gramo de pasto sin bordear.

Cultura española: pasear, parar a comer algo, repetir hasta el infinito
Recorrimos toda la avenida hasta la peatonal de Sant Ramón, que es la primera paralela a la calle de casa. Bajamos la peatonal y nos comimos unas bravas con alioli, que bajamos con un quinto cada uno, en un barcito al que nunca habíamos ido. Nota: no tengo idea de porqué le dicen "quinto", son 25 cl, es decir, un cuarto de litro. Como sea, acá la cerveza  "industrial" tiene gusto a cerveza artesanal. Ninguno de nosotros toma cerveza normalmente, pero hay que reconocer que esta da ganas. Por cierto, el otro día nos ofrecieron una Quilmes por tres euros en un restaurant argentino. Por poco no se la tiramos por la cabeza (?).

Salimos de ahí y terminamos de bajar la peatonal, hasta la tienda de caramelos. Tenemos a dos cuadras de casa un negocio gigante que vende caramelos por peso. Nos compramos medio kilo (!!!!) de ositos de goma, sandías de azucar y no se cuantas variedades de porquerías más, y nos vinimos a casa, donde nos esperaba... LA TORTA DE OREO GIGANTE QUE HIZO MI SEÑORA AYER.


Sí, como allá hay tortas exquisita, acá se venden de Oreo. Vienen en una caja con varios sobres, que tienen las coberturas de galletita y la crema, se hace en un ratito y queda como una galletita gigante. Como verán, nuestra vida es bastante gastronómica (?).

Bueno, eso fue todo. Pasamos un día muy lindo -algo que, la verdad, es bastante habitual-, y tenía ganas de contarlo. En estos días seguimos con los días que faltan de París.

Nota: escribir este post, elegir las fotos y subir el video me tomó poco más de una hora. Durante todo ese tiempo (creo que desde un rato antes también), Corina estuvo mirando los preparativos del salto en caída libre de un austríaco que aparentemente iba a romper la barrera del sonido y al final no la rompió. Los preparativos, eh, porque el salto duró cinco minutos, y justo nos llamaron por teléfono (?). Es tan bella.

¡Primer día en París!

Salimos del aeropuerto siguiendo al malón. La única manera de salir de ahí era con unos micros que ya habíamos estudiado desde la comodidad de nuestro hogar catalán. Cola cola cola. Micro. Asientos. 90 km. Zzzzzz. Porte Maillot.

Nos bajamos del micro y el frío parisino nos obligó a hacer un veloz repaso mental de nuestra pequeña mochila de manera urgente: ¿trajimos abrigo? Algo. Que éxito, por favor. Pablo se puso un sweatercito, yo el saco que llevé en la mano todo el vuelo para ahorrar espacio.

Caminamos nuevamente siguiendo a la muchachada. Teníamos que tomar el subte hasta el hotel, dejar las cosas y arrancar corriendo a la Torre Eiffel, ya que teníamos que estar a las 12, acorde el ticket que compramos por internet para ahorrarnos la inmensa cola que nos dijeron que se arma.

Nos sentamos en el subte, felices de apoyar las pesadas mochilas, y dijimos “fijémonos, por las dudas, la hora de check in del hotel”. Gran idea, muchachos!! Si tan solo se hubieran dado cuenta antes: 14.30 hs. A reprogramar el día, ya.

Primer café parisino
Nos bajamos del subte y nos fuimos a caminar por París. (¿Notaron que cualquier contratiempo mejora cuando uno le agrega la palabra París? Jiji) Nos sentamos en un hermoso bar, a desayunar. Café con leche con vista a unos vitreaux hermosos. Inmejorable.

Había que apurar, corriendo para los Jardines de Marte. Y la vimos. Ahí, desde la plaza de la Concordia, donde una vez rodaron las cabezas de María Antonieta y Luis XVI, se asomaba tímidamente y al otro lado del Sena: la Torre Eiffel.  Y entendimos: estamos en París. Lloré un poco, lo confieso.

De ahí en más corrimos, las mochilas pesaban una tonelada pero realmente no importaba. Que felicidad! cruzamos en Sena por el famoso puente Alejandro III, no podíamos creer lo increíble de esta ciudad.

Cuando llegamos a la torre la cola era inmensa, y con grata satisfacción descubrimos que no teníamos que hacerla gracias a los tickets anticipados, importante recomendación a todos los que quieran ir.

Recorrimos los tres niveles. La mejor vista está desde el segundo, definitivamente. En el primero hay un restaurante y algún barcito, precios: de todo.

Reflexión que me llegó el día tres: la verdad, la torre como "adorno" no me gustó. La estructura es impresionante, pero sigue siendo un hierro gigante, en el medio de una ciudad en la que rompe la armonía. Tal vez por eso es tan llamativa. Sí es hermoso verla iluminada de noche, pero la verdad, de día, me paro del lado de los reaccionarios del momento, es curiosa, es turística, es estrambótica, pero afea la vista. 


Sí me pareció increíble todo el ecosistema de alrededor de la torre. Las colas para subir son inmensas (pero de verdad, eh, imposible que se hagan en menos de 40 minutos) y para más, el que las hace está atado a la cantidad de tickets que se hayan vendido online, porque lo que se compra es una especie de pase preferencial. Si bien son colas distintas, la cuestión es que cuando se abren los ascensores, pasan siempre todos los de la online, con lo cual, si sigue llegando gente con tickets, tal vez la fila normal no avanza.

La torre, como contaba mi señora, tiene tres niveles. La subida se hace en dos partes. La primera, un ascensor al segundo nivel (que si uno saca un ticket algo más económico -y que por internet directamente no se vende- se puede hacer por escalera) que va por una de las patas de la torre. La segunda, desde ese piso, que te lleva al Sommet, la cima de la torre. Al bajar se puede acceder también al primer piso, que a la ida, al menos nuestro ascensor, se salteó.


Los Jardines de Marte desde la torre. A lo lejos en dorado: Los Inválidos.
Las vistas son increíbles desde todos. Desde arriba, se puede ver todo París, y la altura hace que sea, tal vez, la más impresionante. Pero lo cierto es que desde el segundo piso, que sigue siendo muy alto, se pueden ver las cosas con un poco más de detalle. El primero está aún más abajo -¿¡posta!?-, para mi gusto tiene un poco menos de gracia, pero sigue siendo muy bello.

Cada piso tiene sus "locales". En el Sommet hay más que nada comida y recuerdos, en el segundo, recuerdos y el Jules Verne (uno de los restaurants más caros del mundo... ¡pero comés en la Torre Eiffel!) y en el primero, un par de barcitos y algún museo. Según vimos, hay un proyecto para ponerle un piso de vidrio a la torre en el primer piso, para que puedas caminar mirando para abajo. Creepy.

Los Inválidos. 
Bajamos, nos besuqueamos, y apuramos paso: nos espera El Palacio Nacional de Los Inválidos, ex residencia de los soldados franceses cuando terminaban su servicio, para seguir sirviendo a Francia de otras maneras. Actualmente museo del ejército, y su iglesia, sepulcro de Napoleón. Si, estuvimos en la tumba de Napoléon. Si. Lloren chicos, lloren. 

Sepulcro de Napoleón, en la Iglesia de Los Inválidos
Uno podría decir que ver el mausoleo de Napoleón es suficiente alegría por un día, pero el mundo es una caja de sorpresas. Resulta que el muchacho vendedor de tickets me dijo que entraba gratis por tener 25 años. Cuando termina de decirlo, mira la fecha de mi pasaporte y agrega: "Ah! y feliz cumpleaños mañana". Así fue la única vez en la vida que entré gratis a un museo europeo. Bienvenida la vejez.

Sin contar que el lugar era precioso e imponente (¡los techos, el altar!), la muestra en el museo era espectacular: espadas, pistolas, armaduras del ejército francés, Napoleón y distintos reyes. Pablo fascinado. Se comenta que se escucharon oraciones como “¡Mirá! ¡Esta es la que uso yo en el Skyrim!”, las fuentes no fueron confirmadas. 

El día que luché por la igualdad, la libertad y la fraternidad (?)
De ahí nuevamente corrimos, teníamos que llegar a Opera Garnier antes de las 18, porque cerraba. Al paso: el Petit Palace y el Grand Palace te sacan el aliento.

"Mira, un penique!" 
El gran palacio de la música francesa nos recibió cerrado por reformas, o algo por el estilo. ¡Fraude! Entonces: descansamos. Caminamos por París, ya sin apuro, riéndonos y disfrutando. Por supuesto, agotados y aún con las pesadas mochilas. Era hora de ir al hotel.

Subte, estación Voltaire de la M9. El hotel: tiene cama y baño más o menos decente, no nos vamos a poner quisquillosos. La vista de la ventana me hizo acordar mucho a la de las Trillizas de Belleville. Pequeñas chimeneas salen de todos los techos, en grupos de 6.

Nos bañamos, deshicimos los bolsos, descansamos los pies y alegría!: Champs Elysees, la avenida más glamorosa del mundo, con sus árboles y sus negocios. Algunas compritas de rigor (¿alguien dijo una Tablet? No, jamás (?)), caminamos una noche preciosa, hasta el Arco del Triunfo. 


Habíamos leído que había que subir de noche, y era totalmente cierto. La vista no la podemos describir, de lo mejor de París. Y ahí fue cuando la Torre Eiffel, iluminada, empezó a hacer una fiesta de luces. Gracias, gracias, gracias.


Llegamos al hotel cerca de las 12, había que hacer una fuerza inmensa para tener los ojos abiertos, después de caminar más de 10 km sin dormir y con mochilas.

Pero se hicieron las 12, y con las 12 se hizo el 30 de septiembre. Feliz cumple para mi! Mi amor me llenó de regalos, de besos, y de cartas de mi familia. No me lo voy a olvidar jamás.

Y cuando pensaba que esto no podía mejorar, era porque ni me imaginaba el día siguiente...



Más fotos del primer día




viernes, 12 de octubre de 2012

París: la previa

- Sin vos no me voy.
- Entonces vamos juntos.
- Estas segura?
- Si. Vos?
- Si.
- Uy, mi cumpleaños!
- Te prometo que lo pasamos en París.

Y así empezó. París es lo que pasa cuando un hombre de palabra y una soñadora se enamoran perdidamente. ¡Bienvenidos al mejor viaje de nuestras vidas! Aquí comienza…

La semana previa fue crucial. Leímos páginas y páginas sobre París con el fin de seleccionar los lugares a los que cada uno quería ir. Una vez hecho eso, nos fuimos a la oficina de turismo de Francia en Barcelona, a conseguir mapitas. Ahora nos quedaba el desafío: organizar en un recorrido posible de tres días para conocer el París que queríamos ver.

El asunto terminó con en Excel derrochador de eficacia, con lugares, precio y horarios, de lo que íbamos a visitar cada día. Algunos días más cargados que otros, algunos días sería necesario algún que otro trotecito, pero hasta contemplamos caminatas por París.

El vuelo salía a las 6:15, por ende teníamos que estar en el aeropuerto a eso de las 4. El tren acá funciona hasta las 5. Conclusión: había que viajar a las 12 del día anterior y pasar la noche en el aeropuerto. ¡¡Joven se es una sola vez en la vida!! Eso dirán ustedes. El caso es que como nosotros nacimos viejos, le pedimos a un amigo catalán que nos eche un aventón hasta el aeropuerto. ¡Ahora si!

Llegamos y justo abrió la ventanilla donde los rezagados sudacas teníamos que hacer nuestro trámite especial. Ciudadanos de la UE: impunes.

Con apenas dos horitas de sueño (porque, claro, previo a que nos venga a buscar nuestro amigo, estuvimos hasta las 2 de la mañana haciendo las mochilas), y con la información exacta, nos ubicamos bien cerca de lo que será nuestra puerta de embarque de El Prat.

Primeros en la cola

Detalle importante: viajamos por RyanAir, la lowcost con más onda de europa (?). Había que matarse por los asientos y rogar que las mochilas entren en el siniestro canasto que te facilitan, caso contrario: te obligan a despacharla y te cobran 50 euritos. ¡Sobre mi cadáver!

El caso es que, una vez más, la suerte estuvo de nuestro lado: las mochilas entraban perfecto y estábamos primeros en la cola para embarcar. EN TU CARA, BAJO COSTO! De todas maneras no es justo asignarle todo a la suerte: nos compramos una cinta métrica antes del viaje, con la que medimos 30 mochilas en una casa de deportes, antes de comprar las nuestras. También una balanza para pesar equipaje, para estar seguros de no pasarnos de los reglamentarios 10 kg. Y, por último, averiguamos en información del aeropuerto en qué puerta embarcábamos, y estuvimos ahí media hora antes de la hora de embarque. Suerte fue conocernos, esto fue puro éxito.

Utensilios fundamentales

La conclusión fue que subimos primeros al avión, elegimos en paz los asientos que más nos gustaban y nos ubicamos como dos campeones. Despegamos a horario. Dormimos. Aterrizamos a horario. Y si, llegamos: París, señores!



martes, 2 de octubre de 2012

¡Primer mes en Barcelona!


Recontra instalados. Empadronados en el ayuntamiento, inscriptos en la salud pública, poseedores de una cuenta bancaria local, titulares de dos líneas de celular, con Número de Identificación de Extranjero, y oficialmente: felices. Ahora si! Trámites terminados: arranca el turismo.

Frente a la policía, completando papeles, en un duro día de trámites (?)
Nuestro primer viaje tenía un destino claro: playa. Nos bajamos del Renfe en la Plaza Catalunya. A la derecha: El Corte Inglés. A la izquierda: El Hard Rock. Inmensos. Ahora si! Tenemos que agarrar la Rambla y salimos a la playa, excelente. Pensar que mi abuela me habló tanto de este lugar! El único problema era que no teníamos mapas, pero somos dos adultos con sentido de la orientación, sólo tenemos que hacer un kilómetro y medio. Joya.

 ¿Cuántas veces seguidas alguien se puede perder? Más de 6 y menos de 8, adivinen (?). Caminamos 9 (desprolijos pero divertidos) km. MUERTOS, llegamos al puerto. ¡Valió tanto la pena! Caminamos unas cuadras más y llegamos a la Barceloneta, la playa céntrica más conocida de la zona. Y si: los pies en el Mediterráneo. Flash.

Playa La Barceloneta
Cuando uno viene de una tierra en la que lo más antiguo puede tener a lo sumo 300 años, pensar en castillos y edificio del 1500 shockea. True Story. Puerto, aduana, barcos, etc. El caso es que obviamente llegamos a la playa cuando los 32 grados de las 3 de la tarde, ya se habían convertido en 24 de las 6, y más que los pies no pensaba meter en el mediterráneo.

Salimos de la playa, arruinados. Caminar 10 km en ojotas no es justamente lo que recomienda el médico. Terminamos en el casino de Barcelona robando wifi. Iuju!

Averiguar como volver fue bastante jodido. Intentar preguntarle una indicación a alguien por la calle es salir perdiendo: el 90% son turistas y ya que están te hacen una preguntita a vos. Maldición. El caso es que como unos campeones llegamos a una estación, se llamaba Arc de Triomf. Y ahí, a que no saben que encontramos? MUY BIEN! Un arco del triunfo que estaba de re chupete, miren y juzguen, lindos.

El Arco del Triunfo Catalán
Siguiente paseo: La Sagrada Familia.

Esta vez estrenamos el metro (nota: las ratas me dan la bienvenida en tres idiomas). Dato copado: conseguimos mapas, que campeones por favor (?). Salimos del subte, miramos para arriba: la Sagrada Familia te deja totalmente mudo. Por supuesto: lloré. No podía creer lo que estábamos viendo.

Sagrada Familia, fachada del nacimiento
Arrancamos por cruzar a la plaza frente a la fachada del nacimiento a intentar sacar en alguna foto lo que estábamos viendo. Por supuesto que ninguna le hace justicia. Impresionante.

Se calcula que la Sagrada Familia estará terminada para mediados de este siglo. Así que vamos a poder decir: “yo fui a la sagrada familia cuando todavía no la habían terminado!”, porque no alcanza con haber nacido en el 1986 para que las futuras generaciones piensen que sos una pieza histórica. Alegría!

Al entrar fue cuando decidí, en vez de llevarme un recuerdo, dejar uno: patee un escaloncito divino, precioso, y dejé una uña del pie izquierdo en la Sagrada Familia. Distintas teorías dicen que se escucharon puteadas en calatán a Gaudí y tres generaciones de ancestros, pero no fueron confirmadas.
La Sagrada Familia, fachada de la pasión

Retomemos. Estuvimos más de 4 horas adentro, un flash total. Tuvimos la gran idea de subir a una de las torres por la módica suma de unos eurillos de diferencia. La vista de Barcelona desde arriba de La Sagrada Familia te vuela la capelu. Bajar las escaleritas antiguas del ancho de nuestro cuerpo, asomarse a los balconcitos. Recontra recomendable. Hubiera sido ideal que no se nos quede sin batería la cámara cuando estábamos arriba, pero todo no podemos pedir (?).

Luego bajamos al museo Gaudí y fuimos a la escuela que él mismo mandó a construir para los hijos de los obreros que trabajaban en el templo. Gauchito.

En fin: tremendo.

Ese mismo día pasamos por la puerta de la Casa Batlló y Casa Milà. Costaban carísimas las entradas (más de 20 euros) y ya habíamos visto lo mejor de Gaudí, así que lo dejamos para otro día. Caminamos por La Gran Vía y Paseo de Gracia, conocimos la Barcelona glamorosa. Una topetitud.

Siguiente paseo: marcha. Y si: no hay que perder la costumbre! Resulta que el 11.09 es la díada de Catalunya y hacen fiesta.

Díada de Catalunya en La Gran Vía y Paseo de Gracia
Ustedes no digan nada, pero cuando nosotros escuchamos “fiesta” nos imaginábamos algún recitalito (mi pobre corazón soñaba con Serrat), o algún desfile, algo! El caso es que yendo a buscar esas cosas nos vimos metidos en la marcha más grande que hizo Catalunya en toda su historia, en reclamo por la independencia. Jeje. Dos millones de catalanes agitando al ritmo de “¡boti boti boti, español qui no boti!” (el que no salta es un inglés, versión catalana). Todos con banderas, caras pintadas, pancartas. Jóvenes, viejos, adolescentes, parejitas, familias. Todos convencidos de que España estaba hundiendo a Catalunya y era necesario independizarse. Groso. Encontramos carteles de lo más pintorescos con frases como “No somos España, tenemos menos fiesta y más siesta” y “Primer presidente de la transición: Pep Guardiola”  Ni hablar que saltamos como locos.

SIGUIENTE! AHORA SI PLAYA! El chucho se levanta y dice “y si buscamos alguna playa para ir?”. Pensé que era obra divina, la visita al templo lo había iluminado, pero no: estaba agobiado por el calor. Entonces buscamos en guguel (como pronuncian los catalanes, joder!) una playa copada y emprendimos nuestro viaje a Sant Adriá de Besós, en Badalona (al ladito de Barcelona).

La playa divina, muy poca gente, mucha carne al aire, mucha carne tapada. Porque esas cosas te pasan en Barcelona: una mujer en topless nada al lado de una con burka, y a nadie le interesa. Nada le hace mejor al cuerpo que ver la libertad de otros que se quieren un poco más de lo que estamos acostumbrados.

Sant Adriá de Besós
Y ahora si, esta vez: nadamos en el mediterráneo. Juntos, de a uno, al lado, todo. Te hago una plancha de cara al áfrica!

Luego unas comprillas, y a casita. “uh, mirá, el tranvía!” a full. Mapa en mano: nos deja joya. Genial. La estación dice que faltan 8 minutos para que llegue el próximo, un éxito.

Llegó. Subimos. Ponemos nuestro pasaje en las máquinas…. Me lo rechaza. Pánico. (tranvía andando, obvio). Probamos de nuevo: rechaza. Miramos el pasaje y no tenía más viajes para usar, era uno viejo. Maldición! Revolvimos todos los bolsos, nerviosos, buscando el nuevo. No aparece. “Que hacemos chucho? Si nos agarran son 100 euros”. “bajemos!” . (yo) habíamos perdido el boleto (?). Eso fue lo más ilegal y osado que hicimos en nuestra estancia. Locos locos locos.

Cara de dormida de camino a la facu
Después de eso arrancamos a facu, y ya se nos empezó a complicar un toque. Pablito tenía que ir probando que materias le gustaban y yo ir probando en cuales me podía colar. Alegría! 

A la facu vamos caminando. Son 4 km preciosos. Un lujo, que al llegar se transforma en un vallecito. No me canso de este lugar. Me fascina.  

Después Barcelona se volvió cada vez más familiar. Entre paseos y compras, fuimos unas cuentas veces más. Recorrimos el Monasterio de Pedralbes (un monasterio del 1500 que  es un flash), caminamos por la Rambla, recorrimos la Ciutat Vella, entramos al Mercado de la Boquería (donde me compré melón en un vaso que me vendieron por un euro, adorable).  A mi gusto y por ahora: las tres cosas más deslumbrantes de Barcelona. 

Próximamente en Barcelona: Parque Güel, Montjuic, Museo Picasso, etc. 

Ampliaremos.-