miércoles, 29 de agosto de 2012

El vuelo

Llegamos a Ezeiza cuatro horas antes del vuelo, porque el check in sólo podía hacerse ahí, según nos informaron en nuestros diez mil llamados. Por supuesto, como el vuelo no tenía reserva previa, los asientos también se elegían en el mismo momento.

Cuando llevamos las valijas a despachar, nos encontramos con que sólo quedaban asientos del medio medio, es decir, de la fila del medio, en los asientos del medio (el Airbus 340 forma (?) 2-4-2). Nos llama la atención, habiendo llegado tan temprano, que casi no se pueda elegir. Preguntamos, y nos explican que deberíamos haber reservado los asientos por teléfono (!). Para qué hacerse mala sangre, si ya no se puede hacer nada. Nos sentamos y a esperar...


Claro, la espera se nos hace larga, ¡cuatro horas antes en el aeropuerto! Pero tampoco nos vamos a estar quejando. Alrededor de una hora antes del despegue nos levantamos, y empezamos a hacer la cola para embarcar, que avanza más rápido de lo que pensábamos. Aunque estuvimos con ellos largo rato en la espera, la despedida de la familia se nos hace medio a las apuradas.


El embarque demora mucho, la cola del detector de metales primero, y de migraciones después se hace larguísima. Por suerte no nos detectan nada (?). A diez minutos de la hora oficial de salida de nuestro vuelo, acabamos de pasar los controles. Pero tenemos gente atrás, así que nos paramos despreocupados (?) a mirar nuestro avión de afuera.

Embarcamos (¿embarcamos? ¿qué clase de anacronismo es ese? ¡Enavionamos!).

Se hacen las 23:35, hora teórica de salida de nuestro vuelo, pero según nos consta (?), el avión no se mueve. La demora es por algo insólito. Un pasajero despacho valijas, pero lo están buscando y no aparece. Más o menos media hora después del horario de salida, bajan su equipaje de la bodega.

Por supuesto, como es de toda lógica, en cuanto terminan, aparece el buen señor y hay que cargar el equipaje de vuelta. Las azafatas se enojan, y el muchacho (?) balbucea alguna explicación que no alcanzamos a escuchar. En definitiva, salimos a las 00:15, unos cuarenta minutos más tarde de lo que estaba pautado. No es tan grave.

Le digo a Corina que cuidemos la batería, porque el vuelo es largo y necesitamos los teléfonos por cualquier cosa allá. Asiente. Acto seguido, abre el Fruit Ninja en el celular y le da un rato largo (?). De cualquier manera, una voz nos informa por los altavoces que los celulares tienen que estar apagados todo el trayecto.

Poco antes de subir, Corina me había dicho algo como "seguro nos sientan un bebé atrás". Efectivamente, la bruja (?) tenía razón: el bebé está exactamente atrás suyo (nota post vuelo: extraordinariamente, sólo lloró en el despegue y el aterrizaje, no nos molestó para nada).

El despegue es muy tranquilo, vemos las luces irse, emocionados. Después de meses de planear, ahora sí empieza todo. No hay fotos, porque estábamos en el medio, pero girándonos como podemos vemos achicarse las luces de Buenos Aires.

Un servidor, que se había resistido a comer antes de subir, espera desesperado (?) que nos sirvan la cena. Al momento de despegar, nos apagan las luces. Sin cenar. Terror, miedo, flagelo. Tengo más hambre que el chavo pegado a la vidriera de Rodizio. Por suerte, al llegar a la altura de crucero (alrededor de las 2 de la mañana) nos dan de cenar.

Vegan meal, con nombre y apellido
Desoyendo el consejo de todos aquellos a los que consulté, elegí la carne en lugar de las pastas. Gol. Una especie de pedacitos no muy duros de algún animal (?), con salsa de champiñones y un puré aceptable. Corina había pedido vegan meal. Se la sirven mucho antes que a los demás pero, siempre tierna, me espera para cenar. Lo gracioso es que también pide ginger ale en lugar de gaseosa, y una amable azafata le explica que eso no existe en nuestro país, que en realidad lo que ella quiere es sprite. Nos toman por puertorriqueños, o algo así..

Volviendo a la comida, la entrada unas cosas verdes flagelantes que ni toqué, se fueron como vinieron. Ah, y el postre un milhojas pasable, que como con la nostalgia de que tal vez el último dulce de leche en mucho tiempo...  

Ok, tal vez dramatice un poco, tengo seis Jorgelin triple en el bolso de mano (?). Me tienta el café, pero paso, seguro es asqueroso, como todo café de transporte que se precie, y quiero poder dormirme bien. Terminamos de cenar y anuncian justo una turbulencia, que finalmente casi no se siente. Igual, como las azafatas no pueden circular por los pasillos, tardan mucho en retirarnos las bandejas. Corina se inquieta, le molestan las piernas porque se siente "como un patito". Las mueve de forma muy graciosa, imitando a los idem (?). Terminada la cena, abrimos las golosinas que trajimos a modo de postre y posamos para la foto.

Nos dormimos, para despertarnos casi a la hora del desayuno. El vuelo marcha muy bien.

Las dos españolas de al lado nuestro comen la banana con cuchillo y tenedor. Me miran asombradas cuando la pelo con la mano, a la usanza de los primates, y le unto el dulce de leche que nos dan para el pan. No se si es asombro porque les estoy haciendo una revolución culinaria (?) u horror porque me ven comer como alguien que debería estar en un zoológico. Las flagelatas, mientras tanto, se ganan su apodo a fuerza de tardar mucho para todo, y de tener un timbre de voz que nos irrita los tímpanos (?).

No nos queda mucho más que hacer tiempo. Nos entretenemos con cualquier cosa (abstinencia de tecnología tremenda), mayormente, comiendo golosinas. La oferta musical en nuestros auriculares de los asientos es variada, va desde Vicentico hasta Adele, pasando por Selena Gómez y David Guetta. Pero como el de Corina no funciona, la tentación de semejante delicia para mis oídos es vencida por la culpa de ponerme los auriculares y abandonarla, así que lo dejo por ahí.

No puedo evitar prender el teléfono varias veces, y en una me enganchan. La azafata "el ginger ale es sprite en este país" me pregunta si es un celular, y cuando le respondo -inocentemente- que sí, grita que no se pueden usar. Le contesto que lo tengo en modo avión. Me espeta (?) que tampoco se puede tenerlo en modo avión. ¿Para qué carajo inventan el modo avión, entonces? Y si era una tablet, ¿era distinto? En fin. Seguimos pasando el tiempo. Se nos ocurre, por suerte, hojear la literatura del avión, y nos encontramos con joyas como esta:

¡No dejes que tu pelo se vaya al descenso!
Cuando volamos sobre Madrid me levanto a dar una vuelta por el avión. Nuestro proyector estaba corrido, pero mirando los otros me entero que volamos a 11.500 m, que vamos a 950 km/h, y que afuera hace 60 grados bajo cero.

Poco tiempo después, nos anuncian que se viene el aterrizaje, que se hace sin ningún problema. Se nos tapan los oídos, los chicos lloran, y hay alguna sacudida, pero nada particularmente memorable. Ya de día, nos retorcemos para mirar por las ventanas, y tenemos nuestras primeras vistas de España, y del Mediterráneo. Terminamos de bajar del avión alrededor de las seis de la tarde. Con las cinco horas de diferencia, fueron poco más de doce horas de vuelo. No se sufrieron para nada.

El Prat es un aeropuerto muy moderno y muy bonito. Nos toca la plataforma más nueva, seguramente eso tenga mucho que ver. Hace un calor imposible (¿treinta y dos grados?) para gente que está con jean, medias y zapatillas. Por alguna extraña razón, no está encendido el aire del aeropuerto. Pero no importa, mejor, así nos vamos olvidando del invierno de Buenos Aires. 

El trámite en migraciones es instantáneo. Para mi felicidad, ni siquiera tengo que hablar con un ser humano (?). Paso mi pasaporte europeo por un lector electrónico, me sacan una foto, y sigo de largo. Menos de 50 segundos. Corina tiene que hacer una cola, pero no demora mucho más de cinco minutos. Le miran el pasaporte con la visa y la dejan pasar sin siquiera hacerle preguntas. Le saco una foto desde el lado de los ya ingresados, lo que provoca que alguien de migraciones me golpee muy fuerte un vidrio y me grite que eso no se puede hacer. Corina se hace la distraída, para que no la asocien conmigo. La foto sale fea, pero sacar otra era tentar demasiado a la suerte, así que vale como recuerdo (?).

Descubrimos, con enorme tristeza, que nuestros dólares listos para gastarse en el Free Shop, se van a quedar en la billetera. En esta plataforma no hay. Mi estómago no se resigna, comeré chocolates con impuestos (?). 

Las valijas llegan con poca espera (aunque con mucho calor), las cargamos en los carritos -que funcionan extraordinariamente bien- para salir, y nos encontramos a Dana, que nos espera para llevarnos a tomar algo a Santa Perpetua (el pueblo en el que trabaja) y a descansar.

En fin... ya llegamos. Estuvimos meses planeando, soñando, esperando, preparándonos. Pero ya está. Ya empieza todo. 

Nuestro primer bar en Barcelona

Ya les contaremos como sigue.



Disclaimer: este relato nació mal parido, porque escribí un montón de notitas de boludeces en el avión, a escondidas de las azafatas. Lo terminé en una de mis tantas noches de desvelo, en el ratito que tardan en hacerme efecto las drogas de las alergias. Así que ya saben (?). Me quedó larguísimo y mal escrito, pero si no lo publicaba, no íbamos a poder seguir con otras cosas, así que mejor que quede así. Trataremos de levantar el nivel (¡y abreviar!) para los próximos.

martes, 28 de agosto de 2012

Checkineando

En Ezeiza, cuatro horas antes, por las dudas (?).
(nota: perdí tres minutos de mi vida jugando con el sensor del baño de Ezeiza que flushea automáticamente)


lunes, 27 de agosto de 2012

Nos vamos

Entre una cosa y la otra lo fuimos pateando. Se nos ocurrieron diez mil ideas para el primer post (fotos de los preparativos, videos, cositas (?)), pero al final, a las corridas, no hubo tiempo para armarlas.

Queda el aviso, entonces, de que partimos, y la promesa de escribir un poco más cuando lleguemos.

¡Nos vemos a la vuelta!