jueves, 29 de noviembre de 2012

Suecia III, Estocolmo y despedida

Nuestro tercer día en Suecia empezó muy temprano a la mañana. Nos levantamos, desayunamos, y, esta vez sí, emprendimos la pseudo aventura de recorrer sólos un país en el que no entendíamos una palabra del idioma. Por supuesto, lo primero que hicimos fue sacarle una foto al cartel de la calle de Alejandro, cosa de poder mostrarle a alguien en el caso extremo de no encontrar la casa de vuelta. Por suerte, no hizo falta, nos las arreglamos bastante bien.

Decía que salimos temprano, y nos fuimos directo a la estación central de Uppsala, de donde salen los trenes de media y larga distancia, para tomarnos el tren a Estocolmo. Por suerte, todo el mundo en Suecia habla en inglés, así que sacar los pasajes no fue un gran problema. Lo que sí, nos enteraríamos después que sacar el pasaje en las máquinas cuesta aproximadamente la mitad que si te atiende un empleado. El trabajo de la gente es tan caro como el servicio ferroviario, y te lo hacen saber.

Nos subimos al tren, que era todo lo que se dice de los trenes europeos (lindo, limpio, cómodo), aunque estaba bastante vacío. Elegimos nuestros asientos, y nos sentamos a disfrutar del paisaje semi rural que separa las dos ciudades.


Llegamos a Estocolmo alrededor de las once de la mañana, después de poco menos de una hora de viaje.

Santa Clara, por adentro
Lo primero que nos llamó la atención, saliendo de la estación, fue una iglesia que se veía a un par de cuadras. Nos acercamos, y así conocimos Santa Clara, una de las más lindas que hemos visto desde que llegamos a Europa. Como dice Corina, un ejemplo de construcción sueca... ruda por afuera y muy cálida y acogedora por dentro.  

Pero más allá de lo lindo de los techos, los decorados, el órgano, la iglesia nos impresionó por el exterior. El predio está lleno de árboles, a los que se les habían caído gran parte de las hojas, amarillas amarillas, y formaban un colchón en el piso. Las paredes de los laterales de la iglesia están cubiertas por enredaderas, que todavía tenían alguna flor ya naranja. Un lugar realmente hermoso, en el que nos detuvimos un rato largo y sacamos unas cuantas fotos.


Santa Clara, desde afuera
Desde ahí, empezamos la caminata. El objetivo era Djungarden, una especie de isla parque de Estocolmo, en la que hay varios atractivos turísticos. Nos habían recomendado el lugar para recorrer largo y tendido en un día lindo, pero lo cierto es que no teníamos tiempo para hacerla completa. Por eso nos salteamos toda la parte de aire libre: el parque de diversiones, y un museo y zoológico al aire libre (ni los objetos ni los animales están enjaulados (?)). Nos fuimos, entonces, directamente a la parte aburrida (?). La isla tiene dos museos importantes. Uno, el Nordiska, al que no entramos, pero que tiene un edificio impresionante... 

El Nordiska Museet
... y el otro, el Vasa, el museo al que veníamos.

¿Qué es el Vasa? Un museo en el que la pieza central de exposición es un barco de guerra sueco de la época de la Guerra de los Treinta Años. El barco había sido construido por Gustav Vasa II para ser el mayor buque de guerra de la época. Por esa razón, era altísimo, y estaba equipado con dos filas de cañones. Por eso mismo, el día que zarpó lo agarró una marea grossa y se hundió ahí nomás (?).

Lo lindo de la cosa es que así como se hundió, estuvo 300 años. Lo reflotaron en 1960, con todo lo que tenía adentro: marineros, herramientas, armas, etc.. Además, está perfectamente conservado, porque estaba sin estrenar (?), con lo cual, tiene un valor histórico muy grande. 

Arrrrrr (?)
Desde ahí, salimos para Gamla Stan. Antes que nada: sí, nosotros también nos reimos del nombre. Una, y otra, y otra vez, desde que llegamos a Suecia. De hecho, esto estaba planeado desde el primer día:



Hecha la salvedad (?), paso a contarles. Gamla Stan es el casco antiguo de Estocolmo. La traducción literal es "ciudad vieja", y precisamente eso es: una isla chica de calles apretadas de adoquines, con muchos locales (es ahora una zona turística) y casitas, todo bien medieval. En la isla hay varios puntos de interés: el museo Nobel, la catedral de Estocolmo (no pudimos entrar porque había un congreso luterano (!)), el Palacio Real. Pero la verdad, lo más lindo es tomar un chocolate para pelearle al frío y recorrer las callecitas.



De Gamla Stan nos fuimos para el lado de la Casa de la Cultura, y ahí nos metimos en las galerías subterráneas Estuvimos un largo rato mirando los locales de ropa y de diseño, y llegamos a la estación de tren, exhaustos, para volver a Uppsala.



Bajados del tren, hicimos nuestra tradicional parada en el McDonalds, comimos lo de siempre, y enganchamos un wifi para que nos indicara dónde estaba la casa de Alejandro. Eran las 22.00, prácticamente nos estaban esperando con la policía. Pero claro, no teníamos celulares, ni internet para avisar que se nos había hecho tarde.

Nuestro vuelo salía a la tarde del día siguiente, pero teníamos que estar en el aeropuerto algunas horas antes. Con ayuda de Alejandro, habíamos sacado pasajes para un bus de larga distancia que nos llevaba a Nyköping, el pueblo más cercano al aeropuerto. Nos quedaban, entonces, algunas horas, y decidimos aceptar una invitación que nos habían hecho en la cena latinoamericana del día anterior. Alejandra, una de las amigas de Alejandro, nos ofreció llevarnos a los juzgados de Uppsala, y mostrarnos un poco como es la cosa.

El edificio que vimos no tiene nada que ver con lo que conocemos. Un lugar relativamente chico, poca gente, muy moderno y pulcro (?), en fin. Alejandra es jueza, en un tribunal de cuatro. Tres jueces legos, que vienen de los partidos políticos (ella, uno de estos) y un juez letrado. Los juicios (al menos los penales y civiles, en los que ella trabaja) son prácticamente en su totalidad orales, y se resuelven en las mismas audiencias, a las que se citan testigos, peritos, y en las que declaran las partes. Todo muy sueco (?), con pantallas electrónicas, computadoras y espacios muy bien distribuidos para todo el mundo.

Una sala de audiencias de Uppsala
Terminamos el recorrido por la justicia del primer mundo y salimos del juzgado para encontrarnos a Alejandro, que nos venía a despedir. De camino a la estación de autobuses hicimos una de las pocas cosas que nos faltaba: ver la tienda de alcohol. La venta de alcohol en Suecia no es libre, sino que está prohibida en todos lados, siempre y cuando la graduación pase el 4%. Es decir, en un supermercado, con un poco de suerte, se puede comprar alguna cerveza aguada. El Estado tiene el monopolio de la venta del alcohol alcohol, y tiene tiendas que se dedican exclusivamente a eso, en las que te atienden "expertos" (gente que te aconseja que tomar con cada cosa, y como). Por supuesto, la ingesta de alcohol está desincentivada: el objetivo de las tiendas es vender lo menos posible (!), por eso no existen las ofertas ni nada por el estilo.

En la góndola de los Absolut
Alejandro y Alejandra nos subieron al bus alrededor de las 12 del mediodía (previo almuerzo rápido de comida mexicana en la estación). Una vez más, aprovechamos del hermoso paisaje rural de Suecia, aunque esta vez nos dormimos gran parte, porque fue un viaje de poco menos de tres horas. Nos bajamos en la estación de buses de Nyköping, y ahí tomamos otro bus (previo comprar caramelos y porquerías en el mismo lugar que nos vendía los pasajes) hasta el aeropuerto.

Terminal de buses de Nyköping
El avión estaba un poco demorado, pero nos entretuvimos viendo los videos de las pantallas del aeropuerto que explicaban el proceso tradicional sueco para hacer copas y distintos adornos de vidrio soplado. Nuestro viaje por el norte de Europa terminó así, con ganas de traernos algo de eso. Pero equilibramos comprando un pincho y un escudo vikingo para la pared (?).



Más fotos de Suecia




lunes, 12 de noviembre de 2012

Suecia II, Uppsala

Arrancamos la mañana del domingo desayunando temprano, teníamos que esperar a Miguel, un amigo mexicano de Alejandro, que nos pasaba a buscar a los tres para llevarnos a pasar un día en el bosque del norte de la ciudad.

El viaje, igual que el día anterior, se nos hizo cortísimo. No tiene sentido insistir en los colores del bosque, se ven en las fotos. Pasamos por la puerta de la casa del Conde, que es el dueño de la tierra donde está el bosque, y también de la casita a la que nos llevaban. Nos contaron que tiene muchísimas máquinas, y que trabaja él mismo su tierra, prácticamente sólo. 

El camino que pasa por la puerta de la casa del Conde
Nuestro destino era una casita de fin de semana que alquilan habitualmente Alejandro, Miguel y otros amigos. Una de esas casas chiquitas, que antiguamente habitaban los siervos que trabajaban para el noble de turno, sin ningún tipo de servicios, en el medio del bosque. El dueño, como decía, es el Conde, que alquila esas casas por un precio bajo, para, digamos, mantener en buenas condiciones ese patrimonio cultural.

Hicimos una caminata cortita, sin salirnos del camino, para ver un poco el bosque. Una paz y un silencio impresionantes, rotos por el ruido de un ¿charquito? de agua que no encontramos.


La casa, minúscula, tiene dos ambientes. Una, el comedor, con una cocina económica y una mesita; la otra, una habitación, todavía más chica que el comedor. Lo primero que hicieron al llegar fue encender el fuego, para calentar el ambiente y hacer algo para comer. De más está decir que no hay luz, agua o cloacas: es un viaje a la edad media... pero con una trampa. Alejandro instaló una batería, que se usa básicamente para poner a funcionar una heladerita cuando ellos están ahí. Además de eso, una lámpara de noche que se carga con energía solar y no mucho más.

Miguel, Corina y Alejandro, tomando mate
Pasamos el mediodía ahí. Comimos quesadillas, ayudamos a juntar las hojas del parque y nos volvimos para Uppsala, parando en el camino en la iglesia vieja, construida en el siglo XI, y perfectamente conservada por esta gente tan civilizada. Un cementerio muy pintoresco en el que, según nos contaron, están los restos de la nobleza de la zona.

La casita en territorio del Conde (conde de verdad, aparentemente) la alquilan entre tres (Alex y dos amigos mexicanos) por todo el año, pero es habitable sólo en verano, a partir de otoño la cierran hasta el próximo año. Uno se mete ahí, en una típica casita nórdica, en el medio de un bosque hermosísimo lleno de árboles de colores y piedras con esa chimenea y un frío bárbaro, y te vuela bastante la imaginación pesando en aquellos que alguna vez habitaron la casa 50 años atrás. OK, LO CONFIESO: me sentí un poco en game of thrones... Winter is coming, muchachos. 

Gamla Uppsala Kyrka (Iglesia de Uppsala Vieja)
La ciudad de Uppsala es la cuarta (en población) de Suecia, y el centro eclesiástico cristiano del país. Las oficinas centrales de la iglesia están ahí, y la Catedral de Uppsala alberga los restos de Gustav Vasa I, un señor muy importante (?) del siglo XVI, rey que inauguró la dinastía Vasa y puso fin a la presencia danesa en Suecia (esto lo estoy wikipediando en este momento, no se alarmen). Es, además, sede de la universidad más antigua de Escandinavia (la Universidad de Uppsala, de 1477) y de la biblioteca más grande de Suecia.

Nuestro paseo empezó por el castillo (previo paso en auto por la biblioteca, que estaban arreglando), cuya construcción inició -obviamente- Gustav Vasa, y que hoy es residencia del Gobernador de Uppsala. Aparentemente, Gustav no era fan de la iglesia, y, como contaba antes, en Uppsala estaba el centro religioso cristiano del país. Vasa se proclamó lider de la iglesia, y empezó la reforma luterana. Por supuesto, esto al Arzobispo no le cayó muy simpático. Fue una época de conflicto muy grande entre el poder político y el eclesíastico, que se nota un pelín en la foto de abajo.

Vista de la Catedral, desde el Castillo de Uppsala
Bajamos del castillo y nos fuimos para la Catedral. Ahí dejamos a Miguel, que tenía cosas que hacer, y nos quedamos con Alejandro, que nos siguió guiando por la ciudad. Llegamos a la catedral, que se empezó a construir en el siglo XIII, y es un hermoso reflejo más de la arquitectura gótica a la que Europa nos tiene acostumbrados.

Corina y Alejandro en un puente sobre el Fyris
Dimos una vuelta por adentro, saludamos a Gustav y a sus tres esposas (la tapa del mausoleo tenía esculpida la figura de Gustav, con una esposa a cada lado (!), la tercera estaba en otro cuarto, creemos). Dejamos la catedral y pasamos por la puerta de la Universidad, no sin antes pararnos a mirar las tremendas rocas con runas nórdicas antiguas inscriptas que están en la plaza. 


No tengo mucho más para contar. La ciudad es moderna como la que más. Las casas son sencillas de afuera (aunque super preparadas de adentro), y hay muy poca publicidad en las calles. La limpieza es impecable, y las vistas, hermosas. 


Llegamos a la casa alrededor de las cinco de la tarde, y nos pusimos a trabajar. Sí, ese día se convocaron todos los latinoamericanos de Suecia (?) a comer, en casa de Alejandro, unas milanesas con papas fritas cocinadas por nosotros. Salieron buenísimas.

Los amigos del norte cenan a eso de las 5, así que tuvimos que promediar: los invitamos a las 6. Montaña inmensa de milanesas recién empanadas y pila de papas fritas para freir. Y llegaron los invitados: Petra (la hermosa ex mujer de mi tío) con su marido, Alejandra (una cordobesa divina, actualmente jueza en suecia) con su marido uruguayo, Carmen (mexicana, ex mujer de Miguel, y tercera inquilina de la casita del bosque), y los hijos de Alex (mis primos): Frida y Lucas, dos genios. La cena de golpe se llenó de idiomas, el sueco, inglés y castellano dividían la mesa y las risas de los chistes llegaban con delay hasta que terminaba la explicación, ¡traducciones para todos y todas!

Hermoso día coronado de una gran noche.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Suecia, llegada, introducción (?) y primer día

Nuestro avión a Suecia salía de Barcelona a las seis y pico de la madrugada. Desde casa, es decir, desde las afueras, sólo se puede llegar al aeropuerto en tren. Lamentablemente, el RENFE -la red de trenes nacional española- cierra a las doce de la noche, y recién vuelve a arrancar a las cinco de la mañana. Como la lógica indicaba que a eso de las cuatro teníamos que estar en el aeropuerto, y ya habíamos fastidiado a nuestro amigo catalán con auto para que nos alcance al aeropuerto en el viaje a París, decidimos aprovechar la juventud (?) e ir a dormir en los cómodos asientos de El Prat. 

Llegamos al aeropuerto alrededor de las doce, y tuvimos un chasco: la oficina de Ryanair (donde los no comunitarios tienen que hacer el trámite de control de pasaporte) abría a las cuatro, así que no podíamos pasar a la zona internacional, donde están los asientos cómodos. Pero no nos hicimos mucho drama, somos gente de mundo que duerme en cualquier lado.

¡Sacate la gorra, Ryanair!
El vuelo fue muy tranquilo. Bah, en realidad, no tenemos idea de como fue, nos los dormimos de punta a punta. Llegamos al aeropuerto de Skavsta alrededor de las diez, y ahí nos encontramos a Alejandro, el tío de Corina, que nos vino a buscar y nos alojó extraordinariamente en su casa durante toda nuestra estadía.

Skavsta, como todo aeropuerto low cost que se precie, está a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Alejandro alquiló un auto para venir a buscarnos, y tuvimos a Frida, su hija, como chofer durante todo ese día. En el aeropuerto ya se pueden ver algunas señales de lo que es la hipercivilización (?) sueca, hay cabinas para fumadores -que absorben el humo- y los baños son unisex.

Lo que sí, está prohibido comer en las cabinas, vaya uno a saber la razón
Decía que llegamos el sábado a la mañana y, aprovechando que tenían el auto -¡que alquilaron para ir a buscarnos!-, nos llevaron a pasear. Fue un día de más charla que de recorrida, nos la pasamos hablando con Alejandro (Frida ,que entiende castellano, escuchaba y de tanto en tanto agregaba algo en sueco) un poco sobre Suecia y un poco sobre Argentina. Nos llenaron de explicaciones y datos de color. Como es lógico, se aprende mucho más sobre un lugar cuando uno está en contacto con gente de ahí. Y claro, mucho más si hablan el idioma y tienen ganas de dedicarse a desasnarte.

Como contaba, el día se hizo bastante corto. Del avión pasamos al auto, nos esperaban unos cien kilometros   hasta Estocolmo, con una pequeña parada previa -que ahora cuento-, con lo cual, llegamos bastante entrada la tarde. Pero lo cierto es que ya la ruta fue una grata sorpresa.

La paleta de color de otoño es impresionante
A primera vista, Suecia es muy hermoso. Es, tal y como nos la describieron los locales, una piedra enorme, con algunas piedras chicas adosadas. No hay tierra en su sentido más literal: se siembra en lugares preparados para sembrar, pero el suelo es todo piedra. Llegamos en pleno otoño, que, según nos contaba Alejandro, es un "suceso". Es decir, hay largos meses de invierno, dos semanas de primavera en las que todo florece, largos meses de verano, y dos semanas de otoño en las que se caen las hojas, y volvés al paisaje de invierno. Bueno, tuvimos suerte: el otoño sueco -en general, las fotos que sacamos no le hacen justicia- es algo increíblemente bello.

Nuestra primer parada fue el IKEA. Supongo que la gran mayoría sabrá de qué hablo, aunque no hay en Argentina. Pero por las dudas: IKEA es una empresa de artículos para el hogar, en su sentido más amplio. Venden desde toallas y almohadones hasta pilas, lámparas solares, cocinas eléctricas y bibliotecas. Todo está armado en forma de habitaciones, a las que uno va entrando. Si algo le gusta, anota el nº de producto, lo recoge en el almacén del subsuelo, y pasa por caja. Como sea, es un ícono de Suecia (junto con Roxette y Abba (?)), que es un país que se destaca, entre otras cosas, por sus diseñadores. Según nos contaron, IKEA se caracteriza por su afinidad con los diseños ajenos y su escasa inclinación a pagar por ellos (?). En definitiva, lo importante es que ahí se puede comprar de todo, muy bonito, y a precios mucho más económicos -para Suecia, ya llegaremos a eso-.

El estacionamiento del IKEA al que fuimos era gigante, y la tienda, inmensa. Del tamaño del Abasto, al menos, pero sólo de muebles y cosas para la casa. Era un sábado lluvioso al mediodía y, por ende, estaba lleno de gente. Según nos explicaron, la actividad sueca por excelencia del fin de semana es ir a huevear a alguna tienda de la gran cadena. Dimos alguna vuelta por ahí, comimos comida tradicional sueca (Corina comió köttbullar y yo una suerte de pollo con papas fritas y ratatouille), y de ahí nos fuimos para Estocolmo.

Medidores de pureza del aire y el agua
Suecia (o lo que recorrimos de ella) es muy distinto a lo que estamos acostumbrados. Si algunas cosas que vemos que el estado hace en España sorprenden... bueno, en Suecia el estado está en todo. Si uno es ciudadano, tiene la subsistencia asegurada. El seguro por desempleo nunca se acaba, y se puede vivir muy bien cobrando sólo eso. Pero por supuesto: salir a la calle un día de semana en horario de trabajo está mal visto, salvo que uno sea un turista; los pocos desempleados que hay, se esconden avergonzados de su situación.

No se pueden poner cartelones publicitarios en las calles, salvo los del estado (y los de IKEA, por supuesto, que es pseudo estatal). Suponemos que es por eso que cuando uno camina, los espacios dan la sensación de ser mucho más grandes, resulta muy relajante a la vista. Todo lo contrario a lo que es Buenos Aires -o París-, mucho más sobrecargado y estresante.

El Castillo al frente, el Parlamento atrás
De Estocolmo no vimos tanto ese día. Fue más bien la experiencia (y las charlas sobre qué era cada cosa que pasábamos) que otra cosa. En realidad, entre la distancia del aeropuerto a la ciudad, y la parada en el IKEA, terminamos llegando alrededor de las tres de la tarde. Y claro, ahí tocaba estacionar. Estacionar en Estocolmo es como estacionar en Barcelona: no se estaciona. Dimos vueltas y vueltas, alejándonos cada vez más, y terminamos dejando el auto (¿a las cuatro, tal vez?) a un par de estaciones de subte del centro de la ciudad, en Södermalm, la isla del sur. Por supuesto, nada de eso nos molestó, ya que pudimos aprovechar para mirar un poco la ciudad.

Nos tomamos, contaba, el primer subte. Las estaciones de subte de Estocolmo son todas distintas. No nos avivamos de sacar fotos ese día pensando que lo íbamos a volver a usar más adelante, y como al final recorrimos todo a pie, nos quedamos sin. Pero, si mal no recuerdo, la joda es que cada estación está diseñada por un ¿arquitecto? distinto. Entonces cada una tiene materiales distintos o distinta decoración, es sumamente pintoresco. Acá hay un link para que puedan mirar, vale la pena.

Recorrimos un poco el centro actual de la ciudad (que, si no me equivoco, es la isla del norte, o sea, Norrmalm), paseamos por el parlamento y el castillo, y finalmente, cerramos el día en el Kulturhuset -la casa de la cultura- donde está el teatro de la ciudad, la biblioteca y muchas otras cosas, como ser el barcito de la terraza donde merendamos.

Kulturhuset a la derecha, galerías subterraneas a la izquierda
Bajando de la casa de la cultura está la entrada a las galerías subterraneas. No tiene mucho sentido que le busque uno explicación, porque está a la vista: en Suecia hace frío, entonces los negocios están abajo de la tierra (?). Ahí mismo nos tomamos el subte todos juntos para volver al auto. Ya eran alrededor de las seis de la tarde, había anochecido, y todavía nos faltaban como 70 km para llegar a Uppsala, la ciudad en la que vive la familia de Corina.

La gente en Suecia cena alrededor de las cinco, seis de la tarde (¿seis de la noche?), así que apenas llegamos nos prepararon la comida. Me olvidaba: paramos antes en el Willy's, el supermercado, a elegir todas las cosas extrañas que se nos antojaron (entre las que se cuentan unos caramelos con forma de Yoda que estaban buenísimos), invitados por nuestros anfitriones. Después de cenar, hicimos una sobremesa larga, en la que seguimos charlando por horas, y finalmente nos fuimos a dormir.

La cocina de nuestros anfitriones
Dos cosas que me quedaron pendientes. Primera: como es lógico, la ciudad está completamente preparada para el frío. Es decir, si bien no estuvimos en el crudo invierno (?), la temperatura no se sufrió en lo más mínimo. En mi caso, con una remera y una campera estaba perfectamente bien. Al entrar a cualquier lugar, uno se saca la campera y está de diez. Según nos contaron, no hay termotanques ni calefones particulares, sino que el agua caliente directamente viene por los caños, que pasan por abajo de las calles (así se aprovecha el calor para derretir la nieve, cuando la hay). 

Segunda: Suecia es caro. Muy caro. La moneda es el SEK, o corona sueca. El cambio es aproximadamente 8,5 SEK por cada euro (o sea que en el fondo, Suecia no está tan lejos de Argentina (?)). Las cosas (la comida en el supermercado, los souvenires, etc.), según las cuentas que hago en mi cabeza en este momento, son más o menos 20% más caras que acá en España. Cenar afuera puede costar 200 SEK, o sea, más de 20 euros, aunque hay que decir que es bastante más barato al mediodía. Sin embargo, hay que decir también que los sueldos son muchísimo más altos que en España. Según nos contaron, los sueldos van de 18.000 SEK, que es un sueldo bajo, hasta 50.000 SEK, un sueldo altísimo. La escala es así de chata, no hay gente que gana nada, ni gente que gana millones. Pero los sueldos más bajos son del doble que el sueldo promedio en España (que anda por los €1000-1200), con lo cuál, no es tanto que Suecia sea caro, sino más bien que es caro para los no suecos.

Por suerte a nosotros nos mantuvieron prácticamente todo el viaje (?).